jueves, 29 de agosto de 2013

El pedo de cuero

Una vez fui a una casa ajena. A mi me enseñaron que en casa ajena uno debe ser como el mas aristócrata del mundo. Debe ser bien educado, ir bien vestido para no caer mal, ir bien peinado, sin recortes, nada de hippismo. Y esa vez, era lo que estaba dispuesto a hacer.
La casa era gigante. De esas casas que son una mezcla de castillo medieval con corte suprema de justicia. Mucha piedra, mucha madera. Adornos sin función por todos lados. Jardín y jardinero. Una araña gigante en el techo con doce millones de lamparistas como fueguitos. Manteles con bordados, mas bien, bordados con manteles. Mucama cuasi esclava. Todos los adornos grandes y muchísimo espacio sin usar.
Allí me encontraba yo mirando, erguido como un conde y cuidando mis movimientos para no bajar de clase social, cuando la mucama de la familia me invitó a pasar al living. Si, un living áspero y frío, como suelen ser los livings que no se usan. Adentro estaba ya el hombre con su esposa y sus hijos.
¿Que tal? ¿Como les va? Permiso, adelanté yo. Hola respondieron todos con gesto de agradecimiento y me invitaron a sentar sobre el sillón. Un sillón para cuatro personas totalmente forrado en cuero negro.
Dadas las circunstancias, emprendí a sentarme. Y en un movimiento de acomodo, una retumbante flatulencia cuerina salió despedida a todo vapor. ¡Qué vergüenza! ¡Pero si yo no fui! Se excusaba mi conciencia. Y en un astuto intento de réplica hacia los sorprendidos oidos a los que había llegado mi pedo de cuero, hice un fugaz movimiento igual al anterior para demostrar que el pedo que habían escuchado era en realidad la fricción de mi culo contra el sillón.

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